Cada reloj de Patek Philippe tiene la virtud de contar una historia. Y esta es, en la mayoría de los casos, tan rica como diferente. Explica en parte por qué una manufactura que empezó su andadura en Ginebra allá por 1839 —la reina Victoria de Inglaterra fue una de sus primeras ilustres clientas— sigue siendo una de las mejor consideradas del mundo.
Su prestigio, de hecho, no para de crecer más de 180 años después. Su leyenda se agiganta con el paso del tiempo porque poseer una pieza de Patek Philippe ya es una aspiración que trasciende la afición por la relojería y entra en el terreno de la devoción por las grandes obras de arte. Una máxima que encuentra su sentido especialmente en el empeño de la firma por mantener vivo el oficio de la alta artesanía en la industria, algo tan anacrónico como bello en tiempos de smartwatches. “Nunca un Patek Philippe es del todo suyo. Suyo es el placer de custodiarlo hasta la siguiente generación”, reza el lema por el que se rige desde hace más de un cuarto de siglo.
La fama de Patek Philippe no se explica desde una sola vertiente. Para muchos, es la manufactura que rompió el molde del reloj de vestir con el Calatrava en los años treinta o la que redefinió el concepto de deportividad de lujo en los setenta con el Nautilus (dos familias que, por cierto, siguen creciendo prácticamente cada año). Para otros tantos es una de las reinas de las grandes complicaciones, elevando por ejemplo la sonería o la repetición de minutos a otro nivel. Y luego están los que aprecian especialmente su savoir-faire artesanal, algo muy ligado a la tradición ginebrina y a la firma desde sus inicios, y que siempre se ha preocupado sobremanera en cuidar. Lo demuestra su decisión de reservar un área totalmente dedicada a ello en su nuevo y moderno edificio de producción de Plan-les-Ouates, inaugurado en 2020.
Allí es donde los mejores artesanos y relojeros se entregan a cultivar las grandes técnicas asociadas a la decoración de relojes desde hace casi cinco siglos —incluye por tanto no solo a los de pulsera, sino también a los de bolsillo y sobremesa—, como el grabado a mano, el guilloché a mano, el engaste de piedras preciosas o las diversas formas ancestrales del esmaltado: el esmalte cloisonné Grand Feu, la pintura en miniatura sobre esmalte, el esmalte paillonné, el esmalte flinqué, el esmalte champlevé, el esmalte grisaille... El respeto a la tradición es máximo, pero también hay sitio para la innovación, como prueba por ejemplo la introducción en la relojería de la marquetería o de los esmaltes sobre cerámica de Longwy.
Todas estas técnicas entran en juego para crear anualmente una nueva colección de piezas únicas y series limitadas, que complementan a las novedades que se integran en las colecciones habituales de la manufactura. De hecho, ahora se suelen presentar al mismo tiempo, en el marco de Watches and Wonders, la gran feria del sector, que se celebra en Ginebra a principios de la primavera. Las piezas más artesanales son tratadas además como lo que son, como verdaderas obras de museo, y son expuestas temporalmente con todo lujo y detalle en los salones del histórico edificio de Patek Philippe en la Rue du Rhône, frente al lago Lemán. Allí pudieron ser admiradas por el público que visitó Ginebra esos días y por potenciales clientes ávidos de hacerse con relojes únicos (no son muchos ejemplares los que acaban saliendo de Suiza).
La colección de este año, Alta Artesanía 2023, se compone de 64 piezas en total. Entre ellas, 21 relojes y minirrelojes de sobremesa Dôme, 3 relojes de sobremesa, 11 de bolsillo y 29 de pulsera. Y las técnicas aplicadas sobre ellas, ya citadas, son tan variadas como las temáticas que rodean a la colección, que cambian asimismo cada temporada. Para esta ocasión han cobrado especial importancia la belleza y curiosidades de la naturaleza, plasmadas con gran refinamiento en las decoraciones. Así, vemos en ellas a criaturas terrestres y marinas increíblemente realistas (como un leopardo creado para un reloj de bolsillo combinando marquetería —363 piezas y 50 incrustaciones de 21 maderas diferentes—, grabado a mano y esmalte champlevé), flora de los cinco continentes y también hay espacio para las maravillas humanas, como el romanticismo de los coches antiguos de competición, los tejados de París o en el precioso castillo de Gruyères en Suiza.
Fuente: www.revistavanityfair.es