El 26 de abril de 1923 la carismática reina madre contrajo matrimonio con el tímido rey Jorge VI del Reino Unido. Entonces, los padres de Isabel II “solo” eran Isabel Bowes-Lyon, hija de los condes de Strathmore y Kinghorne, y el príncipe Alberto, el segundo cachorro de los reyes Jorge V y María de Teck y el "repuesto" del primero, el príncipe de Gales. Hace un siglo, el heredero del heredero, que accedió al trono tras la muerte de su padre en enero de 1936 y la abdicación de su hermano Eduardo VIII en diciembre del mismo año, le regaló a su prometida un collar firmado por Garrard, la joyería mimada de la familia real, para sellar su compromiso.

Pablo Milstein, investigador y maestro joyero, lo describe como “una original doble riviere, en cuyo centro destacaba un diseño de meandros y del cual se suspende una serie de festones. Todos ellos en diamantes y salpicado de perlas”.

Sin embargo, la pieza no resultó del gusto (duramente cuestionado por la que se convirtió en su cuñada, Wallis Simpson, en 1937) de la enamorada a la que Bertie tuvo que pedir tres veces matrimonio para que lo suyo acabase en boda. Por esta razón, seis meses después, en octubre de 1923, la recién estrenada duquesa de York, que se había vestido de blanco con una pieza de madame Handley Seymour y sin diadema, mandó desmontar el adorno para el cuello y utilizar las gemas para elaborar uno de su agrado para la cabeza.

TLa mayoría de las apuestas apuntan a que fue William Davies de E. Wolff & Co, proveedores de la citada casa Garrard, el que concibió la conocida como tiara papiro. Una diadema de diamantes y estilo egipcio donde cinco flores de loto (u hojas de papiro), decrecientes del centro hacia los extremos, se cobijan bajo arcos de medio punto. La curva central está decorada con una perla, igual que la base de las volutas frontales que se alternan con los brotes de loto a lo largo de toda la pieza. La abuela preferida del rey Carlos III la empezó a utilizar como bandeau, sobre la frente, a la moda en esos primeros años veinte. “Algo que a la reina María, su suegra, no le gustaba particularmente, ya que originalmente la pieza estaba pensada para lucirse en lo alto de la cabeza”, nos confía Milstein.

Catorce años después, la tiara fue testigo de su coronación como reina consorte en la abadía de Westminster, aunque no fue ella quien la lució, sino su hermana, Mary Elphinstone, ya sobre la cabeza. Un par de décadas después, en 1959, la papiro, también conocida como tiara de las flores de loto, se hizo un hueco en el joyero de la princesa Margarita, segunda hija de los reyes Jorge VI e Isabel, quien se la prestó a su nuera, Serena Stanhope, cuando se casó con su hijo, David Armstrong-Jones, en 1993. Milstein, nos recuerda que en esa fecha, al terminar la celebración, Reginald Wilcock, al servicio de la reina madre, fue fotografiado coronado con la alhaja en actitud divertida.

Tras la muerte de Margarita en febrero de 2002, la siguiente en presumir de la diadema fue la actual princesa de Gales, Kate Middleton, durante la recepción que los Windsor ofrecieron a los miembros del cuerpo diplomático en diciembre de 2013. Desde esa cita, únicamente la ha lucido la mujer del príncipe Guillermo. Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿fue un préstamo vitalicio de Isabel Bowes-Lyon a su segunda hija y tras la muerte de ambas (con un mes de diferencia sobreviviendo la madre a la hija) la heredó la reina Isabel? ¿O una u otra se la legó a sus sobrinos y, dado su alto valor sentimental y simbólico, su desaparecida graciosa majestad se la compró a los hijos de su hermana, Sarah Chatto y el mencionado David Armstrong-Jones, antes de que saliese a subasta como la tiara Poltimore con la que se casó la princesa?