La bisabuela del actual rey de Bélgica se confesaba comunista. En 1958, cumplió su sueño de visitar Moscú y regresó con su tiara de Cartier.

La reina Isabel de Bélgica nunca ocultó su simpatía por el comunismo. Apodada la “reina roja” por las visitas que realizó a la URSS en plena Guerra Fría o a la China de Mao Zedong, la bisabuela del actual rey Felipe I se confesaba partidaria de estos regímenes, aunque paradójicamente la buena relación que mantuvo con los líderes soviéticos le permitió recuperar una de sus propiedades más valiosas: su tiara de platino y diamantes.

La historia fue recordada en el documental que le ha dedicado la cadena francesa France 3 a Isabel, reina consorte de los belgas por su matrimonio en 1900 con el entonces príncipe Alberto. En 1912, tres años después de la subida de este al trono, la reina se compró la referida tiara, una joya confeccionada dos años antes por Cartier que Isabel lució en grandes acontecimientos como la boda de su hijo, el príncipe heredero Leopoldo, con la trágica princesa Astrid en 1926.

Durante la ocupación alemana de Bélgica, sin embargo, los nazis se la robaron. La joya terminó entonces en la caja fuerte de un banco de Berlín, Allí permaneció hasta que, según el diario belga SudInfo y por boca del experto en espionaje ruso Gennady Sokolov, el general soviético Iván Serov, jefe de la KGB entre 1954 y 1958, se apoderó de ella y se la llevó a Moscú.

Fue este nuevo golpe del destino lo que acabaría devolviendo la tiara a su legítima propietaria. Ocurrió durante la visita de Isabel de Bélgica a la capital rusa en 1958. Tal y como relata el documental de France 3, la participación en el jurado del Concurso Internacional Tchaikovsky fue la excusa perfecta para que la reina, una virtuosa violinista, obtuviera el permiso del gobierno belga para viajar a Moscú y cumplir así su sueño de conocer su admirada Unión Soviética.

Isabel de Bélgica aprovechó su visita para entrevistarse con dirigentes soviéticos como el mariscal Kliment Voroshílov, con quien la reina llegó a posar para una foto junto a una estatua de Lenin, o Kruchev, dirigente de la Unión Soviética. Fue entonces cuando, para agasajarla, este último reclamó la tiara de Cartier a Iván Serov y se la devolvió a una mujer cuyo joyero, por cierto, nunca fue ajeno a la política: en 1942, cuando el uso de la estrella amarilla se hizo obligatorio para los judíos, la reina Isabel de Bélgica se fotografió con un broche con la forma forma de una Estrella de David. Una clara provocación a la Alemania nazi.

El curioso periplo de la tiara de Cartier no acabó en Moscú. Después de la muerte de Isabel de Bélgica en 1965, la tiara fue heredada por su hijo, Leopoldo III, quien se la regaló a su segunda esposa, la princesa Lilian, madrastra de los futuros monarcas Balduino y Alberto II. En 1987, viuda ya de Leopoldo III, Lilian revendió la tiara a Cartier, de manera que la joya regresó a manos de su fabricante original. Hoy, la tiara forma parte de la colección de piezas históricas de la firma: sus diamantes fueron testigos de todo el siglo XX.